Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 26 de diciembre de 2016

Nochebuena en Nannuosan


Por lo menos no me subirá el azúcar con los turrones baratos, porque los caros ya son solo para los ricos. Por la mañana del día 24 el viajero se echó a la calle con una bolsita minúscula (aseo, máquina de fotos, gorro, un cuaderno, pantalón de pijama y un jersey) y buscó, según papeles que tenía leídos, la estación de autobuses del sur. Anduvo. En la estación de autobuses del sur le dijeron que allí no había billete para Nannuosan, algo así como la ´montaña del arroz del sur´, deambuló de ventanilla en ventanilla hasta que se apiadó de él una dama trasventanilla y le escribió unos garabatos en un papel al tiempo que le señalaba, fuera de la estación, alguna lejanía. Anduvo hacia la lejanía de la mano y aun preguntó a un motero por los garabatos. Me salvó la vida el motero, pues aunque apuntó también a la lejanía, atisbé por allí la marquesina de una parada de autobús. Anduve. En la parada de autobús había dos paneles, el 4 y el 9, cada uno con sus trayectos y paradas cuidadosamente enumerados. Como en ninguno leí Nannuosan, pregunté, de las dos damas que en la parada había, a la que parecía de más edad y respeto, que además no hacía más que mirarme. No me contestó a mí, sino a la otra dama: "Bu ting bu dondg", 'no le entiendo´; e inevitablemente me pasé a la otra dama, que sí me entendía, y comenzó a explicarme que el 4.... cuando hete aquí que estaba llegando el cuatro, la parada se había llenado y todos, absolutamente todos, se me colaron. Subí el último, junto a una chica joven, y enseguida vi que no cabíamos más que achuchados. Pregunté al conductor que si aquella tartana iba a Nannuosan. Dio una respuesta tan larga que a las pocas palabras dejé de entenderle. Decidí resistir y tome con el Ipad en el que compruebo mi dirección, un par de fotos. 


Pasados unos veinte de minutos de trayecto, con sus subes y bajas consecuentes de pasajeros, el movimiento de gente dispuso que una de las damas jóvenes cayera a mi lado. Al rato, probablemente al verme con cara de despistado consultando mi mapa, me preguntó en inglés que hacia dónde iba; yo le contesté en chino que a Nannuosan, y me explicó que sí, que aquello iba hacia allá; a la siguiente parada se dispuso a bajar y, aun no sé por qué, desde la puerta me llamó y me dijo que mejor que fuera con ella. 

Seguila fielmente y, al rato vi que nos dirigíamos a un edificio en donde se leía my claramente "Estación de trenes de corta distancia". A partir de ahí todo fue bastante fácil, o más fácil que los endiablados preliminares, pues terminé haciendo lo que había pensado: perderme andando de aldea en aldea a partir de Nannuosan, ver el "gran árbol del te", viejo de más de 800 años, y pedir amparo al peregrino cuando cayera la noche para que me aliviaran con un buen te, primero, y me dieran casa y comida esa noche, que al fin y al cabo era nochebuena. 



Viajar solo tiene algunas desventajas, como la de no poder discutir con nadie, con lo arisco que yo soy, y pagar siempre en los hostales como si fuéramos dos; pero también vacuna al viajero de muchas preocupaciones y le da libertad para aceptar lo que pase.
Todo se hubo de realizar en este peregrinaje y el día de Navidad por la tarde pude volver, esta vez por derrota conocida, a Jinghong, después de haber entrado en las aldeas, de haber asistido a una boda –de verdad que me invitaron– y de haber encontrado un alojamiento inolvidable.


Con el corazón cargado de sentimientos, el weixin con una decena más de direcciones y la pena de abandonar a las gentes con las que nos quisimos llegué, bastante cansado a Jinghong, en uno de cuyos hostales me alojo, y después de tomarme un café gigantesco, cenar en el restaurante de abajo –no consigo que el dueño me cobre la cena, le he hecho prometer que o me cobra o no vuelvo– me fui a visitar el mercado nocturno de la ciudad, orillas del Mekong.


Todo se habrá de contar. A ver si consigo que el maldito blog (lo he intentado varias veces) agarre algunas de las fotos pertinentes, pues las que aquí van son de esa jornada, desde luego, y mías, pero el viajero no sabe distinguir entre photos del Mac, de Google, de Iphoto, del Drop... y así hasta una decena de depositarios. Si no lo consigo ahora, en Madrid será, que celebraré allí la Nochevieja.

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