Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 21 de noviembre de 2014

Por lo menos tendrá de bueno el ser otro

El título de esta entrada podría ser un comentario escuchado en cualquier corrillo actual de la espaciosa España; pero no, no lo es, se trata sencillamente de una de las muchas digresiones lapidarias de Quevedo en la segunda parte de Política de Dios, impresa por primera vez en 1656, redactada en fecha indeterminada de la madurez del escritor, quizá entre 1630 y 1639. 
No me voy a hacer ilusiones sobre la lectura de ese tipo de textos de Quevedo, de quien, sin embargo, casi a diario se airean otros muchos que nunca escribió. La obra en su formato, detalle y estilo queda lejos de lo que busca un lector actual, encabalgado sobre imágenes y juicios rápidos. Quevedo, además, hombre de su tiempo, espiga su prosa con multitud de citas, normalmente latinas, que le sirven de escudo y de apoyo argumental. Y bien que hizo, pues aun así no se libró de que en 1639, una noche de diciembre, le detuvieran y le encerraran –tras siete días de viaje– en el convento de San Marcos de León, aunque no donde dicen y repiten los eruditos locales, empeñados en manejar –desde que lo hizo el padre Fita– manuscritos falsos. En este mismo blog he dado noticia documental desconocida sobre su prisión.
Mucha culpa de su prisión, casi toda, tuvieron ideas como las que allí se leen. Nadie va a leer Política de Dios para reflexionar sobre Podemos, a pesar de un paralelismo transparente. Yo lo haré la semana que viene en un seminario de historiadores de la Universidad de Santiago de Compostela, que me ha llevado a repasar varios textos de Quevedo, entre los cuales ese deslumbrante alegato contra reyes, poderosos, ministros, etc. que es la obra citada, cuyo primer capítulo –con el libro de Saul al lado– resulta de una modernidad asombrosa. Y de ese tenor el resto del libro. 
La prosa retórica y espléndida de un Quevedo vehemente se tuvo que apoyar en figuraciones –Roma, Cartago, las historias bíblicas...– que le dejaran hablar de sus circunstancias sin tapujos. En estas páginas finales, la figuración es transparente, y los derivados teóricos, normalmente en formulaciones sentenciosas y conclusivas, alcanzan un nivel de generalización que servía para la época final del periodo de Olivares... y para nuestra propia decadencia. Sin embargo, queda como resto histórico y biográfico el sedimento bélico y el refugio religioso, que necesitan de otra explicación, que no es de este lugar. 

II

El asombroso capítulo I de esta segunda parte se abre demoledoramente (Samuel) para señalar que el origen de la realeza “ni fue noble ni legítima”, y que los reyes son de un “ruin linaje” que dios permitió como castigo a los hombres. Pocos son y menos valen las coronas, los cetros y los imperios para calificar este oficio tan ruin linaje como el que tuvo; una calamidad que devasta tierras, gentes y costumbres. Muy enfermizo es para la fragilidad humana el sumo poder.... Ninguno es rey más allá de donde lo merece ser; ....los criados con los más principes y monarcas se acomodan, y parece andan remudando dueños por todas las edades; ... los que os asisten os buscarán el divertimiento y no la medicina... A veces las imágenes resultan muy lograda: “un azote coronado”. Muchos entienden que reinan porque se ven con cetro, corona y púrpura... les deja dios el nombre y las ceremonias para que conozcan las gentes que pidieron estas insignias para adorno de su calamidad y de su ruina. Etc. 
El capítulo termina: ....porque como a nuestro ruego vino la calamidad por su enojo,a nuestra petición vuelva el consuelo por su clemencia.

El libro continúa, denso, elaborado, amargo, vehemente... Una lectura demasiado viva todavía, para el que haga el esfuerzo de contemplarnos en nuestra historia.

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