Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Barcelona


El viajero acude a Barcelona de vez en cuando, y callejea, o se asoma al mar. Se aloja al final de la Diagonal, en un lugar en donde se siente de vez en cuando emocionado por unos ojos claros; y recorre plazas, barrios y calles. De modo casi sistemático visita sus parques y jardines, para hablar con los árboles, que es una locura a la que no piensa renunciar nunca. En el ejemplo gráfico –he estado en el Parc de l'Estació del Nord, fueron los abedules con los que tuve cháchara gentil, sobre todo para consolarles de que ya se les había echado encima el otoño. 



Dentro de poco se va a establecer por temporadas cortas en el barrio de Gracia, que le ha cautivado tantas veces, en donde experimenta una especie de liberación satisfecha, que a veces siente en Madrid, capital –es curioso– que cree más pacata. En todo caso, Europa entera navega por la diestra y –como me decía una colega francesa hace poco– hasta el papa Francisco nos parece "progre" en este continente aburguesado, anclado en sus piedras y costumbres, que predica el bien pensar internamente, pero que mantiene el férreo control demográfico y económico caiga quien caiga, de lo que dan buena noticia las multinacionales (de fármacos, petroleras, de bancos, de fábricas y minas, etc.), las fronteras, las corruptelas (¡tenemos un jefe, o lo que sea, el famoso Juncker, el luxemburgués, que ha trapicheado con todo!, y ahí está, como Blesa y como Matas o Camps).

Barcelona se ha llenado de banderas catalanas en los balcones; es un tema en el que no voy a entrar, porque me echa para atrás –está en el párrafo anterior– que alguien determine que quiere "vivir mejor" y para eso no necesita contar con los demás, con los que le rodean: lo cual quiere decir que suelta el lastre de los que "viven peor". Es más o menos lo que Europa hace con los emigrantes de todas las latitudes. Me parece que resulta difícil mantener el argumento de "queremos decidir nuestra vida" del argumento de "estos no cuentan"; pero en fin, quizá se consiga con alguna fórmula que dignifique los modos de vida, la hermosa lengua, el regalo de la tierra catalana; pero yo no lo veo correctamente –dignamente– argumentado, sobre todo no lo veo bien explicado por los políticos (¡ese portavoz de Ciu, tan basto!). No me interesa mucho el tema, la verdad: sigo anclado en la lucha de clases, qué le vamos a hacer, que es lo que veo cada vez más claramente y cada vez más escondido o tapado por otras cuestiones emocionales. No hay mayor emoción que la de vivir dignamente todos los días, y comer, que no es que me obsesione especialmente, pero es necesidad primaria, me temo, a la que siguen la casa, el trabajo, la educación, la sanidad... es decir, todo lo que se está desmoronando en España. 

En muchos lugares de Barcelona tratan, por cierto, a la comida rutinaria con un mimo especial, como en este (Tapa i apat) del Carrer Gran de Gracia, cuya imagen ofrezco como publicidad gratuita y merecida, con su primero de espinacas con pasas y piñones, y el pan con tomate, entre otros detalles de un menú simple y barato, que seguía con un bacalao al pil pil.




Esta vez, este viaje, he cumplido mi paseo por la calle Asturias y aledaños, nada raro para quien conozca Barcelona, que se ha venido renovando con un tejido comercial animado, casi artesanal, mimado por todos, a pesar de la antigüedad del barrio. Esas "cestas de temporada" ("cistella setmanal") de las fruterías; las sugerencias de tapas y vinos; los detalles de cada escaparate; los continuos hornos de pan y pasteles.... el paseante descansa en las plazas, con ribetes literarios la del Diamante; acogedora, amplia y simple la de de la Virreina (que abre la Iglesia de Sant Joan), o deja su mirada en la belleza de algunos edificios y fachadas, que no tienen por qué ser los más lujosos.
He aquí el paseo:






Plaza de la Virreina (e Iglesia de San Juan)
Para al final terminar en la floristería Navarro –en la calle Valencia–, abrumado por todo lo que allí se ofrece. Y para descansar el ánimo.
Y sí, algo de trabajo también he cumplido. No en balde la Biblioteca de Cataluña tiene un colección muy controlada de autógrafos. A punto están de aparecer (en la editorial Calambur) los dos volúmenes de autógrafos que culminan la Biblioteca de Autógrafos Españoles. Flores y libros terminan.





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