Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 11 de octubre de 2014

Armonía y diferencia


Para que haya diferencia ha de haber un fondo mínimo de armonía que permita distinguir el quiebro. Ojalá el camino sea hacia la diferencia y no hacia el rebaño, allí donde todos viven, hacen y piensan lo mismo, es decir: el mejor modo para ser dominado y conseguir usar tu libertad en provecho propio.


Hubo de ser China –lo cuentan los viejos historiadores– exquisito lugar de diferencias, sobre las que el tiempo puso sus manos. El viajero simple constata hoy que algunos lugares se han convertido en templos de la generalización e igualación, que a veces se llama “globalización”: los enormes centros comerciales, el papel que se concede al coche, el refugio del teléfono, la publicidad, modos de vestir, hablar, comer.... modos de ser.  Todo lo que transita por vía del dinero opera como elemento aplastante e igualador, pocos dialectos conoce el dinero. ¿Hacia el  bienestar social? Eso parece otra cuestión; habría que definir en qué consiste el bienestar social, sobre todo si consiste en ser o en tener, porque tal sintagma anda preñado de contenido ideológico (lo que nos enseñan, nos pregonan, nos dan por mejor, etc.)

A veces esa resistencia es la de una costumbre generalizada y sorda contra la novedad que se quiere imponer de cualquier manera. En esta ciudad enorme, como dos veces Madrid, por ejemplo, se han abierto varios centros comerciales para todas las marcas universales dichas “de prestigio” en cualquier terreno (ropa, deportes, cosmética, joyas, perfumes, etc.) El más grande –creo que de ocho pisos– es una especie de Macys o Corte Inglés en corazón de china, pero... está semivacío. Parece como si la gente no estuviera dispuesta a gastarse el jornal de una semana en un jabón frances (L’Occitane en Provence) o en una mochila suiza, al menos mientras en la calle se la ofrezcan veinte o treinta veces más barata. Sin embargo, lo que no está en la calle, no queda más remedio que aceptarlo, como los coches; ocurría con los ordenadores –este es el reino de Samsung–, pero también en ese terreno está asomando la ingeniería china. Por cierto, me parecen más bonitas las gafas de los puestos callejeros (las monturas), que las de las grandes marcas; y es algo que puede ocurrir en bastantes campos.

La resistencia a la igualación se instala a veces en las tradiciones –que tienen su peligro, como elemento de inmovilidad–, pero la resistencia asoma por todos lados, imparable, y parece ser un motor de la condición humana que será muy difícil anular, afortunadamente. De manera que contra la globalización, el deseo de ser uno, la crítica, el apartamiento.... la condición humana.
En este lugar en donde estoy observo y canto a la diferencia cada día: en el horario de la vida cotidiana, al comprar zanahorias o manzanas gigantescas, degustar las mandarinas de cáscara verde que los labradores venden directamente en sus camionetas, comprobar el sabor de las nueces redondas y arrugadas, observar el garabato de los plátanos –los árboles– y la extraña figura del pescado en los restaurantes, en donde cuelgan y se muestran al público.... 

Una curiosa resistencia que se asoma constantemente a la vida cotidiana y que tiene, si uno repara, multitud de aspectos, a veces indescriptibles: el modo de andar, con balanceo recto de los brazos, de las chicas; su facilidad para ponerse de cuclillas; las trenzas y las colas de caballo de las niñas; la abrumadora y densa presencia de los varones; la invasión de las gafas en todas las edades y condiciones (¿resultado del aprendizaje de la escritura?); la seriedad y buen hacer de los conductor@s de autobuses; la infinita paciencia de los peatones, que cruzan con semáforo verde y en paso de cebra sorteando coches; el reclamo de los vendedores a las puertas del negocio, con carteles o con pregones; la paciencia; los modos colectivos de sentarse a comer o cenar las familias o los grupos de amigos; la habilidad con los palillos (¡que todavía no he adquirido!), la infinita dulzura de las parejas; la infinidad de inventos simples (¡la fregona china! ¡los atriles para el teléfono!.... ) Y así podría seguir durante páginas enteras.

Verdad es que algunas de esas costumbres parecen haberse convertido en hábitos perversos (¿el juego de cartas entre los mayores?) o en molestias para los demás (los escupitajos, todavía, sobre todo en la gente mayor). No creo que sea higiénico, sino estético (¿estética de qué ideología?) lo de tender la ropa, con desparpajo, en la calle, entre dos árboles o farolas, porque en esa acera da el sol y es tierra de todos. El apartado higiénico deja, es cierto, bastante que desear, y he observado que es sobre todo en los adolescentes (es decir: en la educación) que ni por pienso utilizan nunca una papelera (hay pocas); pero no siempre en lo que más se critica; en esta ciudad por ejemplo son abundantísimos los servicios públicos, que se anuncian, además; ¿que están sucios? Por lo menos los hay, no como en Madrid o en España que, sencillamente, no los hay. O en París, que tienes que pagar el equivalente a una cena china para cumplir con una urgencia. Puestos a comparar ya quisiera alguna de las grandes ciudades europeas (Madrid, Roma, París, Nápoles, Barcelona....) tener un servicio público de autobuses de la calidad, horario y efectividad del de Qingdao. En este blog ya ha aparecido un canto al 25 (una de mis líneas preferidas para perderme en Qingdao), pero su funcionamiento es ejemplar (y cuestan 0,12 céntimos, 1 yuan).


La igualación ha barrido la historia de las ciudades –en lo que he visto– y ha uniformado a la europea a los hombres y a la americana a las mujeres. Coches y electrodomésticos han operado del mismo modo en otras capas sociales. Pero queda el elemento humano, ante todo el racial, que no se puede anular (¡menos mal!); luego el idiomático, irreductible por el momento (a pesar de los programas automáticos de conversión de signos, que ya es universal el sougou); finalmente el sentimental, afectivo e ideológico, del que tomarán conciencia todos aquellos que alcancen a desarrollar algún tipo de capacidad mediante el cultivo de la inteligencia. No puedo pretender conocerlo así, superficialmente, pero los signos externos algo indican: no he visto violencia, ni droga, ni prostitución, ni agresividad... a pesar de que todavía se fuma en las cafeterías o sobre todo en ellas.

El “a donde fueres haz lo que vieres” me ha llevado a las frutas de la calle (dominan ¡las granadas!, los liches, manzanas, acerolas, kiwis, uvas, peras... y otras que no sé. Cada día pruebo una verdura distinta (que soy incapaz de identificar la mayoría de las veces) o me paro de vuelta a casa a elegir en la bandejita que te dan los pinchos con que te preparan la barbacoa: suelo elegir los de tofú, verduras (a veces variedades de setas), o los calamares a la plancha; pero hay muchísimas opciones, que luego se embadurnan con salsa, que yo pido que no sea muy picante (la). Si te enredas con el idioma, enseguida acuden varias personas a explicarte –en inglés siempre– cómo se llama algo o qué me han contestado. Y siempre está ese curioso lenguaje de gestos, que tiene su código–como se sabe– cuando te dicen el precio, a partir de los dedos, el puño y la mano.


Ayer no solo hubo luna llena, sino que en la plaza en la que se estaba bailando la luna llena ofreció un eclipse casi total, no sé si se aprecia en la foto que puse en entrada anterior. Como si ella hubiera querido esa noche, asimismo, ofrecer una cara diferente.
Volví a casa cansado y aun tuve tiempo de buscar una mochila mediana, para un nuevo viaje que preparo dentro de unos días a un lugar apartado, en la costa, en donde veré cómo suena la oda de fray Luis, el apartamiento.
Por ahora, y con todas las salvedades, se puede seguir cantando la diferencia.





4 comentarios:

  1. Querido Pablo:

    Como ex-alumno tuyo -¿discípulo?, te leo sobre todo por tus apuntes literarios. Por eso quería preguntarte qué se sabe sobre la autoría de Quevedo en el memorial que principia con "Católica, sacra y real majestad, Que Dios en la tierra os hizo deidad". ¿Es de Quevedo por fin? ¿La versión remozada que aparece en la película 'Alatriste' es libertad del guionista?

    Te mando un fuerte abrazo.

    Juan Pablo Arenas.

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    1. Hola, Juan Pablo. No,no es de Quevedo, y sobre ella hay mucha bibliografía crítica, particularmente de James O. Crosby. Todo lo de Alatriste, lo mismo que los textos literarios de los que derivan, son recreaciones literarias, no solo históricas, por tanto pueden emplear elementos imaginarios.
      Me alegro saber de ti. Abrazos

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