Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 23 de julio de 2013

AIH y la lengua española del siglo XVII

La exposición de Concepción Company



Son las siglas de la Asociación Internacional de Hispanistas, la más extensa y universal de las asociaciones de este tipo, que se reúne cada tres años, normalmente en continentes distintos (recuerdo: Birmingham, Madrid, París, Monterrey, Nueva York, ahora Buenos Aires....) para que medio millar –a veces más– de hispanistas se reúnan durante cinco días, suele ser en julio, la segunda semana, y además de exponer (ponencias y comunicaciones) lo que están trabajando, se encuentren, hablen, discutan, se conozcan, etc. Como todos los grandes congresos de especialistas más valor tiene por el contacto y conocimiento directo de colegas y de lo que se está haciendo que por lo que realmente se expone allí. Y así ha sido también esta vez.

La mayoría de los actos se han celebrado en la imponente y neoclásica facultad de Derecho, construida entre los años 1940-1949, lo que explica la agresividad de su arquitectura; y en la neogótica y medioderribada facultad de Ingenieria Industrial. La arquitectura de esos años pretendía una grandeza muy especial, como documentan sus salas, galerías, columnas, estatuas.... Todo es mucho mayor que cualquier modelo real.

Sería inapropiado –e inútil, puede haber más de 10 sesiones simultáneas– intentar hacer crónica o dar cuenta de la AIH, cuyas tareas, por lo demás, he compartido con otros trabajos de campo; pero sí que lo voy a hacer de la última sesión, la última plenaria, que me interesó mucho, a cargo de la hispanista mexicana Concepción Company (UNAM), que planteó muchas cuestiones sobre –digamos– lengua y estilo durante el siglo XVII, siglo al que calificó de "una gran paradoja" en cuanto a historia y desarrollo de la lengua y, de su mano, del resto (literatura, cultura, vida, etc.). Y en efecto, lo es, y buena razón tiene en señalar que pocas veces se ha entrado con pie firme en el avispero cultural de ese siglo, en el que parece ocurrir todo.

Ella lo ha hecho con pie firme, para observar lo que significan esos años en la evolución de la lengua; bien pertrechada de ideas claras y de abundancia de datos que, en principio, ha manejado estadísticamente, desde la sintaxis y no desde la fonología, la morfología o la lexicografía, que tienen razones distintas. Desde la sintaxis, en efecto, a partir de toda una batería de calas que, en este caso, se han ido ejemplificando con la posición de los adjetivos, la adyacencia de los adverbios de tiempo, las construcciones de "A + FN locativo" o de "entre + FN vocativo", las consecutivas de intensidad, los adverbios largos (en "mente"), las construcciones de "por + sustantivo abstracto" y alguna más, puesto que se trata de un arduo trabajo en marcha, que ojalá vaya dando resultados.


Al tiempo que se mostraba la historia de cada una de esas referencias sintácticas, la investigadora repetía y explicaba conceptos fundamentales para mejor entender la historia de la lengua: continuidad y discontinuidad, estratificación, "quiebres", etc. e iba dejando un rosario de interesantes observaciones –están también en su amplia obra como investigadora–: "las sociedades opacan la oralidad", "el individualismo logra pasar a la lengua", etc.


Es demasiada frivolidad concluir yo ahora, a bote pronto, que el siglo XVII representa un periodo de convulsión entre   el siglo XVI y el XVIII, cien años en los que se producen picos y resoluciones que trasforman la serenidad de la evolución de la lengua, cuyos movimientos se miden por siglos. Lo he comparado con lo que yo mismo explico en mis clases –como profesor de ese periodo, precisamente–, a través, primero de una serie de juicios generales, que intentaré acompasar a lo que Concepción Company está diciendo.

A la derecha, la facultad de Derecho, sede de la AIH

Aldo Rufinato, presidente (2010-2013) de la AIH,
con Guillermo Carrascón (Universidad de Turín)
El siglo XVII representa un momento de intensidad lingüística. La competencia de los escritores de esa época se nos aparece como más amplia y rica que la de cualquier otra época del español, incluyendo la nuestra, desde luego: la capacidad verbal –y sintáctica– de Cervantes o de Quevedo se ha forjado sobre fronteras mayores. En ese momento de intensidad –también creadora– la lengua se alía (Company encareció mucho el anclaje cultural e histórico) con el desarrollo de la imaginación, que en esta oleada creadora del siglo XVII es sobre todo verbal (¡pocas posibilidades de expansión ideológica!), artística, y quiso romper moldes, pero llegó solo a dilatar formas. Y eso se reflejó en el uso de la lengua y en los abanicos de sus posibilidades, es decir, en el estilo.
Concepción C. trabaja solo con textos en prosa, para evitar las desviaciones extremas de poesía y teatro, sobre todo de la primera; aunque se podrían haber utilizado como campo de ensayos de la imaginación, motores de cambios que luego pasan a la prosa –y quizá que transitan por el habla. Esa sequedad de los testimonios parece excesiva.
El escritor del siglo XVII intentó decir más de lo que habían dicho las generaciones anteriores, y para hablar por boca de Montaigne, Descartes, Galileo o Quevedo necesitaba moldes más abiertos, romper los heredados, al menos doblegarlos y ampliar las costuras, para que cupiera una voz mucho más matizada, que había descubierto la incertidumbre de los horizontes.
Hermoso ensayo verbal el de Concepción Company mostrando como esa inquietud se refleja en las estructuras sintácticas y configura la rica armonía de aquella lengua.


No hay comentarios:

Publicar un comentario