Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 24 de octubre de 2012

Biblioteca del Museo Naval y otras del Ministerio de Defensa

Escalera principal del edificio
Los trabajos de campo y la cabeza de Quevedo me han llevado a dos bibliotecas del Ministerio de Defensa y, de ellas, al directorio de las muy numerosas e importantes bibliotecas de defensa, que son las que se enumeran aquí íhttp://www.portalcultura.mde.es/Galerias/publicaciones/fichero/RedBibliotecas_2009.pdf
lugar desde donde es posible ver ficheros y contenidos, aunque no exhaustivamente.

Entrada a la biblioteca central
Lo esencial ha sido visitar directamente dos de las que más me interesaban, a juzgar por las calas que había venido haciendo, la Biblioteca central del Ministerio de la Marina y la biblioteca del Museo Naval. Es probable que yerre en las denominaciones. Las dos se encuentran en el mismo edificio, a una se entra por la calle Juan Ruiz de Alarcón (la central) y a la otra por la calle Juan de Mena (la del Museo); en las dos me he encontrado personas de extraordinaria amabilidad y excelente disposición, que es la primera condición para que todos podamos trabajar a gusto. En la del Museo, que tiene el fondo antiguo más rico, sin duda, he recibido una información completa de Pilar del Campo, que me ha señalado además circunstancias, lugares y métodos que me serán de gran ayuda para seguir completando el mapa de la investigación en Madrid.

Entrada a la biblioteca del Museo Naval
Luego, en las calas que en ambas bibliotecas he efectuado me he percatado pronto de la riqueza del fondo antiguo de la biblioteca del Museo, cuyos ficheros de manuscritos –por ejemplo– he comenzado a hurgar... con glotonería de investigador. La información era abundante y prometedora y la primera recolecta de fichas ha sido generosa, de modo que tendré que volver muchas más veces, creo. Por lo pronto, esa biblioteca necesita integrarse en la red de bibliotecas para la investigación (manuscritos de América, de viajes, cartografía, volúmenes de relaciones, libros de Fernández Douro, etc.) La parte impresa me señalan que se ha integrado en Patrimonio; y la documentación de archivo –quizá menos interesante en el terreno filológico que en el histórico– se está centralizando. Quizá no sea muy preciso en estos rápidos comentarios, porque la información general y primaria sobre este lugar de investigación está a punto de salir impresa. Y en esos momentos volveré sobre el tema. Bienvenida sea esa información.

Sala de consulta y lectura de la Biblioteca Central


El acceso, controlado, claro, es sencillo, el personal sumamente amable, y el edificio es una mezcla de la aparatosidad de la arquitectura de los años veinte del siglo pasado y de su posterior renovación y ampliación a finales del mismo siglo. Para acceder a la biblioteca central, se asoma uno a la impresionante escalera de luminarias abiertas, frente al portalón de hierro que da, imagino, a la calle Montalbán (está cerrado, se ve desde dentro). Las dos salas de consulta de  ambas bibliotecas son modestas –más antigua, la central– pero suficientes para el usuario; lo que no podemos decir en cuanto a catálogos, ficheros, etc., particularmente de la vieja biblioteca central, de depósitos y ficheros vetustos, a pesar de que en todos los casos se han iniciado procesos de catalogación rápida y de que las bibliotecarias continúan ejerciendo pacientemente sus tareas.

Casa de Galicia, con la placa de haber sido vivienda de González de Amezúa

El investigador terminó esa jornada agotado, con exceso de notas, apuntes y referencias; y buscó primero reparación debida en lugar grato, para lo cual bordeó el Prado y, después de observar que ya tiene placa la casa de Agustín González e Amezúa –la actual casa de Galicia– se encaminó al Botánico, primero al restaurante, donde una simpática camarera que se llamaba Bárbara –y a quien yo, naturalmente, llamé Barbolilla, en honor a Góngora y a otras cosas del corazón– me premió con un postre fuera de menú y de los que no puedo comer, lleno de golosinas, en vista de que no quedaban quivis, que es lo que yo había pedido, prudente y pacato. 

Y luego me fui a pasar la tarde al jardín Botánico, en donde leí La Farsa de la Costanza, de Castillejo, recién publicada; en esos momentos vino el rapsoda. Ya lo contará él.
Volví a cruzar el Retiro para volver. La verdad es que en esta zona de Madrid es impresionante la concentración de lugares que guardan interés artístico e histórico, y no solo por el Prado, Caixa Forum, Thyssen, etc. A pocos metros, las bibliotecas objeto de esta entrada, la de la RAE (tengo que ir, parece ser que ya se ha catalogado el fondo Rodríguez Moñino), el AHPM, la Biblioteca del Prado (en el Casón).... Está bien que El Retiro nos reciba con esas escaleras florales, para aliviar trabajos. Por cierto, no hay noticia de la cabeza de Quevedo: tendré que ir a la Biblioteca del Senado y hoy era mal día, había manifestación porque se iban a aprobar los presupuestos, en el Congreso, y a discutir con los catalanes, en el Senado. Cualquiera pregunta a las señorías si saben algo de la cabeza de Quevedo que esculpió Alonso Cano.


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