Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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sábado, 7 de abril de 2012

El Botánico de Valencia






La verdad es que los carteles de la entrada dicen que son "jardines del real"; pero yo siempre he oído nombrarlo como el jardín botánico, al final de la avenida de Blasco Ibáñez, en el centro de la ciudad y al lado del río. No se trata, en rigor, de un botánico –no existe indicación de las plantas, ni un trazado preconcebido de jardín–, pero dada la suculencia del clima valenciano llama la atención cierto grado de exotismo, notable en los palmerales y en especies arbóreas que yo no conozco, tropicales, sin duda. 
El jardín, sobre todo en su parte más cercana al centro, contiene excesivas edificaciones, estatuas, monumentos, etc. Demasiada piedra para jardín. El contraste más grato: plazoletas, rincones, refugios naturales y la parte más alejada, en la que dominan los espacios abiertos.
Si la palmera y el naranjo son los dos árboles más abundantes, el arbusto más frecuente en la ciudad es el ibisco, sin que falten plazas –sobre todo nuevas– cubiertas de buganvillas, ni hermosos ejemplares de glicinias, como esta de la Alameda, que se rodea, creo, de ficus espectaculares y de algún ombú.



Lo que de verdad ha engrandecido al botánico ha sido su hermanamiento con el cauce del Turia, convertido en el más hermoso espacio verde y ajardinado de Valencia. Que constructores, ladrillos, cementos e inmobiliarias no hayan podido ocupar el viejo cauce del río ha sido una bendición para la ciudad y sus habitantes, que allí acuden para pasear, hacer deporte, olvidarse de la crisis, de la suciedad de los barrios marginales.... Árboles y plantas, además, se han desarrollado cumplidamente y componen ya los recatos de sombra y los rincones del pensamiento.



He paseado Valencia aprovechando el viernes santo y después de un día de lluvia –es sabido, lo dice una de mis poesías, que dios suele llover en semana santa: la ciudad estaba vacía, limpia, con la tierra húmeda de los jardines y un extraño silencio luminoso. Muchos edificios, con su palmera al frente, conferían a calles y plazas el aire de una ciudad colonial. 


Los puentes, casi todos hermosos, mejor o peor disfrazados, iban de un lado a otro del río y enseñaban su cauce de paseos verdes o su caminillo –feliz idea– de geranios. A veces la belleza no estriba en los millones invertidos en fastuosas ciudades o construcciones, sino en realzar y cuidar lo que siempre se ha tenido.






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