Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 18 de febrero de 2012

El Instituto Valencia de Don Juan


EL INFANTE DON FERNANDO
(Bartolomé González)
Se le llama el palacio de Osma, un edificio neomudéjar de finales del s. XIX, en una esquina de la C/Fortuny, cerca de la Plaza de Rubén Darío, con azulejos de Zuloaga en las fachadas y una de las colecciones de cerámica más ricas que se pueden ver en Madrid; pero lo que es la parte museística está cerrada, aunque yo he podido dar un paseo rápido, con un becario muy amable, que me ha llevado, sobre todo, a ver el presunto retrato de Quevedo, de Velázquez, de su taller.... o quizá de Vander Hammen, que figura asimismo con tres grandes retratos cortesanos, en una sala en la que hay otros tres de meninos e infantes, de Bartolomé González. Todo visto muy rápido: supongo que hace falta dinero para mantener todo el edificio vivo, pero los ejemplos cercanos del Museo Sorolla, del Romántico, del Lázaro Galdiano, del Cerralbo... animarían a hacerlo: todos aquellos están llenos de público que acude y que disfruta.

La sala de investigación, en la biblioteca, sin embargo, está viva, digitalizados los más de sus fondos y servida por eficiente bibliotecaria; eso sí, con pocos, muy pocos puestos para la investigación (¿tres, cuatro...?) El proceso de digitalización ha seguido las mismas pautas que la biblioteca Zabálburu: exhaustivo, preciso, largo como todas las digitalizaciones (se tarda tres o cuatro veces más en encontrar lo que se busca que si se manejara el original o una copia) y equívoco (se pierde la conciencia del volumen, del legajo, de las circunstancias). Pero bueno, está mejor que nada y se conservan los originales.
El fondo es muy rico, riquísimo, aunque no se han catalogado los papeles de los investigadores que por allí anduvieron el siglo pasado, que es una de las cosas que hubiera querido ver (papeles de Moñino y de Felipe C. Maldonado, por ejemplo; que los hay).

Recorreré sus fondos con mi método –artesanal– durante una temporada, larga, pues solo abre lunes, miércoles y viernes de 10 a 14. Y pediré algunas copias, con cautela de profesor pobre, pues se pida lo que se pida (hasta 200 digitalizaciones en cada CD), siempre cuesta 15 euros (un CD), de manera que las cartas que iba buscando –y que he encontrado– de Bartolomé L. de Argensola, 15 euros; y la carta autógrafa de don Diego Hurtado de Mendoza, diciendo que se le dé licencia (en 1571) para volver a Madrid, desde Granada, al Cardenal Inquisidor, otros quince. Y así sucesivamente. De manera que para no arruinarme definitivamente he ido agrupando peticiones, que me darán la próxima semana, pues ya he visto que es la misma amable bibliotecaria quien las hace. Y entonces las daré a conocer, como otros documentos curiosos que allí se encuentran, pues se reparte con la Zabálburu buena parte de los documentos de las décadas finales del reinado de Felipe II, entre otras cosas.


3 comentarios:

  1. Yo también he trabajado allí en otras épocas, cuando no había nada digitalizado. Lo lamento, pues prefiero trabajar con el documento en mano. Pero pregunto: no se puede tomar fotografía de un documento con el iPad? Así hice hace algun tiempo allí con una cámara, y funcionó muy bien. Pensaba volver ahora en junio.

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  2. Yo también he trabajado allí en otras épocas, cuando no había nada digitalizado. Lo lamento, pues prefiero trabajar con el documento en mano. Pero pregunto: no se puede tomar fotografía de un documento con el iPad? Así hice hace algun tiempo allí con una cámara, y funcionó muy bien. Pensaba volver ahora en junio.

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  3. El proceso de dejar que uno fotografie –sin dañar– lo que quiera se irá imponiendo poco a poco.... es largo y afecta a una especie de sentimiento de que los bienes culturale son de mírame y no me toques, cuando es todo lo contrario: cuanto más se extiendan y conozcan, mejor, para ellos y para la gente que pueda disfrutarlos.

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