Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 29 de enero de 2012

La curva del Arno



Mientras desayuno, veo por los ventanales el prado, quizá huerto, de la iglesia románica de San Sixto, que tiene la elegancia de la sencillez; a mi lado –también está en la habitación de al lado– Abraham B. Yehoshua, el  escritor israelí, con el que comparto las dificultades para manejar la máquina de café y un inglés chapurreado, bastante malo, el mío al menos. 

El viejo lema machadiano, que tanto me gusta, "mi corazón está donde ha nacido, no a la vida, al amor...." ha vuelto a cumplirse generosamente en esta ciudad apacible, que me despierta por las mañanas con las campanas del caballero San Stefano, donde se guardan banderas, pendones, faroles, etc. recuerdos de la batalla de Lepanto. 
Quizá Cervantes hubiera preferido descansar en esta iglesia de trofeos mejor que en las trinitarias madrileñas de la calle Huertas, donde al fin y al cabo han perdido sus huesos. No sé. Si así hubiera sido hubiera tenido la comprensión sobre todo de ese admirable grupo de hispanistas que van en bici o andando a la universidad –cuántos placeres he perdido en esta vida–, colegas que conocen al dedillo el Libro de Buen Amor, romances viejos, a Castillejo, a Quevedo y la picaresca, a Góngora, a Lope, a Montalbán, a Espronceda, al teatro actual....  
Lamentablemente no he podido ver  los fondos antiguos de la biblioteca universitaria; ni el botánico de Lucca, ni las iglesias que estaban cerradas.... el juego de horas y actividades no encontró el hueco mínimo para curiosear en algunos rincones: pero amenazados quedan con un vuelo futuro de low cost cosas como los madrigales de Guarini musicados por Palazzoto o el libro musical de Cerone, que Quevedo hubo de canturrear. Y amenazada queda aquella toscana desconocida de ojos verdes que me ayudó a comprar quesos artesanos en la piazza della pera, de la que no hubiera querido despedirme nunca.
Tampoco pude proseguir las charlas –Espronceda, la carta al Papa de Quevedo– con mi buen amigo y colega Alessandro, que anda recuperándose de una caída, para volver a coger la bici, ya que la estructura irregular del suelo pisano le joroba más que el rodar apacible de las bicicletas. ¡Quién hubiera podido hacer un comentario semejante! Ni he podido canturrear romances mientras ayudaba a cuidar el jardín de la foto, en esa hermosa casa en donde hay muchos libros, mucho jardín y dos personas admirables. Nos hemos emplazado para Madrid. Bicicletas y campanas en esta mañana limpia de domingo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario