Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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sábado, 10 de septiembre de 2011

Paisajes romanos, paisaje poéticos, Velázquez


La silva 22 de una de las impresiones de  Las tres musas castellanas. Segunda cumbre del Parnaso español de don Francisco de Quevedo.... (Madrid: Imprenta Real, 1670) lleva el título: "Describe una recreación, casa de campo de un valido de los señores Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel"; poco antes, la 17, describe "El yelmo de Segura de la Sierra, monte muy alto al Austro"; otros motivos paisajísticos hay en el nuevo género –la silva– de Quevedo, como es el cuadro "A un ramo, que se desgajó con el peso de la fruta" (silva 14). La primera silva citada, como otros muchos poemas de Quevedo, no se suele datar; creo haberlo hecho yo solamente, al paso, en mi biografía, pues era muy fácil: se escribe en 1619, ya que se refiere al palacio de Gonzalo Chacón en Casarrubios, en donde hubo de descansar Felipe III a su vuelta de la jornada de Portugal ese año, y además, probablemente durante la  primavera o el verano. No es impedimento para esa datación que –como señaló Fucilla y recogió la edición de J.M.Blecua– se parafraseen versos de la estrofa 32 del Adone de J.G. Marino (impreso en Paris, 1632), ya que esos poemas corrían manuscritos desde 1617 y, sin duda, Quevedo tenía alguna copia.

Antes de que se clausurara, he vuelto a ver la exposición del Prado Roma. Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650, con los ojos traídos de las lecturas de textos literarios, fundamentalmente poéticos, que incorporan –como es harto sabido– paisajes como elementos cada vez más centrales a la nueva poesía, la de abolengo italiano, la garcilasista. Son paisajes externos de dibujo amplio –montes, ríos, campos....–, correlatos de los estados de ánimo del poeta, que muy lentamente consigue liberarse de esa subordinación sentimental que los envuelve, para objetivarlos  o para acercarse a elementos y detalles que antes no era capaz de ver (flores determinadas, colores precisos, escenas menores, cambios de luces....) Es el camino que va de Garcilado a Herrera y luego da el salto al cuadro barroco y a la silva, donde se encuentra su mejor expresión. No todo se logró. Y no todo se ve en esta curiosa exposición, en la que el equilibro casi perfecto vuelve a ser el de Velázquez,  representado por el jardín de la Villa Médicis, en donde color –un dorado de la tarde–, paisaje con sus detalles (se puede decir qué arboles, lo que no hubiera estado mal que, en muchos casos, lo hubieran señalado en la exposición), y figuras humanas logran la perfección de un momento.


No es lo normal encontrar esa perspectiva abarcadora en los poetas; más bien es lo raro, por eso he citado las tres silvas de Quevedo. Al final el paisaje se objetiva, pero se queda desierto, el poeta entra y sale de él, por fin, se libera de su dependencia sentimental si quiere, pero no es capaz de crear un poema en donde el elemento humano no parezca un aditamento postizo. Lo que hace Góngora, por las mismas calendas, es infinitamente más complejo, por cierto.

San Bruno, H.V.S.
¿Y en la exposición? Contemplados desde Velázquez los cuadros –de tamaño normalmente muy pequeño– conjugan paisaje y vida de modo muy artificioso, lo que hace que nos fijemos mejor en aquellos casos en los que la manera no se ha impuesto sobre la expresión. Muy llamativo por ejemplo el "Paisaje con san Bruno" atribuido a Herman Van Swanevet (1603-1655), que se atreve con un jardín con decenas de flores y que ayuda a entender el triunfo del bodegón, los floreros de Vander Hammen y los decorados de Zurbarán. Creo que es una excepción. 
La aurora, A.E.

Realmente los paisajistas luchaban entre representar más luz y menos figuras, como en La aurora (h. 1606) de A. Elsheimer (1578-1610); o supeditar todo a la figura –religiosa, mitológica, histórica– como el San Cristóbal (c. 1605-1615) de Orazio Gentilecchi (1563-1639). La integración de ambos elementos, de todos, cabalmente, sin que se conviertan en decorados de cartón o en figuras perdidas, solo veo que ocurra en algunos casos de Paul Bril o de Goffredo Wals (+1638). Es uno de los más llamativos, desde luego, el "Camino rural" (c. 1620) de este último, que se corresponde históricamente a la silva de Quevedo, en donde la figura humana casi ha desaparecido, pero la perspectiva del cuadro es tan novedosa que no podemos por menos que pensar en algún tipo de figura "dentro del cuadro", mirando ese camino, que tiene forma de ojo. Y quizá haya que emplear otros pertrechos teóricos para fererirse a los más tardíos, Claudio de Lorena (+1682), Nicolás Poussin (+ 1665).

G. W. Paisaje con camino rurala
Quevedo no supo integrar en sus versos los elementos con los que forjaba sus descripciones y pasó, en cuestiones de paisaje, del silencio más absoluto –viajes a Italia, viajes por el Mediterráneo, viajes al sur de España....– a la descripción barroca de paisajes agrestes (el mejor ejemplo es la silva 17), o al detalle concreto de elementos menores para viñetas barrocas (el mejor ejemplo es la silva 14).
Y no lo supo hacer porque en su educación, formación, visión histórica, etc. se habían trazado fronteras ideológicas que no le facilitaban ese tránsito cartesiano y le imponían un organicismo estético.



1 comentario:

  1. Y no lo supo hacer porque en su educación, formación, visión histórica, etc. se habían trazado fronteras ideológicas que no le facilitaban ese tránsito cartesiano y le imponían un organicismo estético.
    Esto es muy interesante, por lo menos para mí y obliga a reflexionar.

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