Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 30 de marzo de 2011

Serenidad

La sombra del fotógrafo
Como una especie de balanza que se había ido compensando; a ese equilibrio parecía haber correspondido la etapa en la que, como dicen, alcancé la madurez: el momento, los años en los que actuaba tanto como contemplaba, en los que actividad y energía se compensaban con recepción y conocimiento; ni joven ni viejo, con la plenitud cumplida. A esos años habrían correspondido los periodos en los que viví en compañía –los años con Clara, los dos hijos, el progreso y la intensidad laboral, los viajes....–; bueno, visto así, en la lejanía, parecen apacibles, pero eran enredosos también. Meditar es serenar. Y de todo había, menos serenidad, en aquel torbellino que fue Clara y la vida con Clara. El torbellino provocó la pasión; la pasión, la vida en común; la vida en común, los hijos; y luego, todo junto, el estallido de la ruptura, al que no sabe muy bien cómo llegaron. Aquel torbellino de ojos claros y decisiones temperamentales, cuando se fue hacia otra vida, ya no tenía la misma gracia, lo que antaño era melodía, atracción, belleza.... ahora era fuga, desdén, sensación de pérdida y de distancia; y todo junto provocó la mayor depresión imaginable. Y Clara se fue a vivir su pasión, como si no hubiera pasado diez años conmigo. De repente el universo se trastornó y todo el equilibrio pareció un embeleco, milagro de un instante, falsedad.  Entonces no era posible meditar, sino tan solo dar vueltas y vueltas al recuerdo, sin alcanzar nunca el horizonte de la serenidad, la serenidad desde la que se hubiera podido recuperar el sentido de la orientación. Se cegó todo. Los dos hijos fueron creciendo, viviendo su niñez y su adolescencia y la hija empezó a tener mis maneras; pero Javi, el hijo, aprendió a vivir como había vivido su madre y reprodujo muchas de las circunstancias más dolorosas. Las dos cosas me preocupaban, en algunos casos las dos cosas me daban miedo; por mucho que todos se rieran aduciendo que mis hijos eran adultos, me daba cuenta yo de que al ser adultos pasaban a ser mucho más frágiles, más conscientes de carencias, más expuestos. Parece una contradicción, pero yo creo que fueron los desvelos y preocupaciones sobre lo que hacía o dejaban de hacer Javi y Clarita –ya se ve que es la hija, que no había dicho el nombre– lo que me sacó de mi falta de serenidad, de mi depre, sin que yo lo notara demasiado. Con el tiempo, Clara, la mujer de mi vida, la turbina de ojos claros que había ocupado todo, mis sueños y mi imaginación, la que había entregado la hermosa lagartija de su cuerpo a otro cuando yo menos lo pensaba.... Clara, Clara, Clara.... se había esfumado también de mi vida interior; y otra vez me encontraba a la descubierta, mirando vacíos, trazando planes, ocupado en desocuparme de tanto trabajo. Es como si alguien dispusiera por encima de todos nosotros las líneas gruesas del tiempo y las carambolas de nuestros sentimientos,  y no fuéramos capaces no solo de cambiarlo, tampoco de modularlo. Lo que más me confundía es que no alcanzaba a resolver si aquello había sido positivo, un logro, o negativo, una decepción, una renuncia; no me era fácil intentar desechar criterios de valoración y quedarme con saber sencillamente que aquello es lo que había pasado: el pensamiento mueve, no reproduce; la reflexión cambia los términos de la realidad para rodearla de elementos que no eran evidentes o que estaba alejados o que pertenecen a elementos insolubles unos con otros. La meditación que lleva a la serenidad, esa de la que hablaba, acostumbra a clasificar, aunque sea con prudencia, moderadamente, tiempos, hechos, circunstancias.... ¿He de estar contento porque cuando Javi y Clarita se fueron a su vida, Clara ya no significaba absolutamente nada en mi vida? ¿Debo considerar que el hombre maduro y algo envejecido que entonces volvía a tomar las riendas de su vida debía estar contento? ¿Era aquello un triunfo o el resultado de un fracaso?
Clarita se ha acercado al sillón y me ha subido ligeramente la manta para que me cubra un poco más, en realidad para regalarme ese gesto de cariño antes de que suene el timbre del final de visitas. Como apenas habla nos sentimos cómodos y nos basta con cruzar la mirada para saber, más o menos, lo que hubiéramos podido decirnos; poca cosa después de los primeros diez minutos en los que, por encima, me ha comentado el panorama familiar, el suyo –se acaba de separar–, porque de Javi no sabe casi nada; y de su madre, que murió el año pasado, nunca habla. La verdad es que tampoco echo de menos hablar. Voy a cumplir pronto los dos años de serenidad que me da esta continua meditación, aderezada siempre con la música, que, mira por donde, se ha convertido en prácticamente la única pasión de mi vida. Pasión, pasión. Con esta quietud física, la música es como una inmensa burbuja de aire en la que vivo y en la que respiro. Y me sorprende, todavía me sorprende, lo lejos que ha quedado todo. La lejanía de mi propia vida. No sé si es indiferencia o serenidad.

[Denis Antonio]








1 comentario:

  1. Ufff, qué triste... ¿me parece a mí o has pasado de la tercera persona, en el inicio, a la primera, inmediatamente después? ¿Es un ripio del rapsoda?

    ResponderEliminar