Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 23 de agosto de 2010

Erotismo, literatura, pornografía (III)

Sin embargo y si visualmente –imagen detenida o imagen en movimiento– es posible distinción entre erotismo y pornografía, en los términos que se dijo en lugar anterior de este cuaderno, la distinción se sustenta difícilmente en otros campos, particularmente en el literario, que es adonde quería llegar. [Al margen: Blas de Otero, en uno de los poemas de su último libro, decía que no sabía distinguir entre “adonde”, “a dónde” y “adónde”. Sabía bastante gramática el poeta, porque las explicaciones gramaticales son oscuras en este caso, y la lengua natural es espontánea].
Aplicada la distinción mecánicamente, literatura pornográfica sería la que expone de modo crudo y directo actos y escenas sexuales, frecuentemente culminadas; al lado de otras páginas, que serían eróticas, porque el lector ha de intervenir, en algún momento, para extraer la turbación sexual que el texto sugiere, esconde adelgaza o vaya usted a saber (es una alusión a “La genou de Claire”, peli de Rohmer, 1970).
Según el distingo anterior, serían pornográficas algunas de las páginas más turbulentas de Octavio Paz o de la Celestina; y eróticas las apariciones de mujeres hermosas que se lavan los pies con el cabello suelto, en el Quijote, por ejemplo. Ya se ve que tal ejemplo nos indica que lo que es válido visualmente no lo es literariamente. ¿Por qué? Creo que es sencillo: porque la literatura, por definición, opera ya con una reducción de la realidad a términos de representación lingüística y el lector, el buen lector, ha de salir de ese proceso mental hacia las embestidas del sexo. La representación literaria se desvía mucho más de la realidad que la representación visual; en eso, y solo en eso, estoy de acuerdo con el “giro visual” de mi colega Rodríguez de la Flor. Parece, por lo tanto, que la literatura “no puede” ser pornográfica. Aunque la conclusión me gusta, porque así ennoblezco los muchos años dedicado a merodear en torno a textos literarios, algo queda por ahí que no convence, ya que distinguimos con bastante claridad entre un texto que expresa sin tapujos y otro que lo hace apoyado en la sugerencia. En efecto, creo que opera en estos casos, como en cualquier otro, la cualidad de la representación. Todo lo que no es real es una representación, es una ficción, es arte, es literatura... La realidad no es pornográfica: es. La escena de un acoplamiento entre dos personas es una escena real entre esas dos personas y si se produce sin intención de que la veamos sencillamente es un hecho –probablemente maravilloso– real; si se organiza como escena, pasa, además exclusivamente a ser representación, ficción, y entonces jugamos con otros valores para emitir juicio: nos gusta, no nos gusta, es demasiado evidente, es pacata, está mal adornada, se han elegido motivos que nos desagradan, falta algo, a mí eso me da asco, qué hermoso... Todo eso se puede juzgar y decir si la escena se ha organizado como escena. Se puede decir, ya lo señalaremos luego, a partir de un sistema de valores.
Algo similar ocurre con los textos literarios, siempre caracterizados como representación, no como realidad: sobre ese modo de escenificar por el lenguaje, en función secundaria y no meramente comunicativa, emitimos juicio. Y de ese modo solemos calificar como pornográfica los textos sexuales que cuentan todo con pelos y señales, pero que son incapaces de motivar la líbido del lector, porque por su torpeza puramente literaria, no nos gustan. Así un texto burdo, de léxico empobrecido, sintaxis ramplona y ritmo sin gracia..., aunque nos esté narrando el polvo del siglo. Sin embargo, si el escritor ha sabido insuflar –de modo directo u oblicuo, total o parcialmente...– en su texto los signos que llevan la representación mental del lector hacia el campo de las turbaciones sexuales, habemus papa.
Creo que así se entiende que los textos con los que ejemplifiqué antes –Octavio Paz, Cervantes– son eróticos, aunque el de Paz sea descaradamente expresivo y al de Cervantes se llegue a través del concepto de erotismo en su época. Yo calificaría de pornográficos muchos de los textos que acompañan a las páginas del mismo nombre en la red, que invitan a los navegantes en tales términos literarios que casi es mejor huir. Pero de eso hablaremos en otra ocasión. Como habría que hablar en otra ocasión de los “valores”, es decir del sistema estético que cada uno pone en juego para juzgar lo bueno y lo malo. Demasiado complejo para terminar una página sobre erotismo y pornografía, que prefiero culminar con un problema (no se olvide que soy “profe”): El soneto que sigue, ¿es erótico o es pornográfico? A mi modo de ver, aviso, la pregunta encierra una trampa:


Con oboe de amore      te encandilo
y sublevo     tus neuronas timoratas
mientras oyes la música      tan dulce
yo    me elevo    a la cumbre de tus patas

y al ver el perejil      y la candela
te me pongo en las manos       me arrebatas
resuelvo a trompicones      la embestida
prometo lunas      joyas      sedas     batas...

y desciendo    hacia el pozo incandescente
sin controlar     el huracán de natas
te frecuenta la voz    el grito abierto
y me quejas      me dueles     y maltratas

Oboe de amore     tan profundo     puja
que morimos     amor    y que me matas


2 comentarios:

  1. Bellísimo el soneto de Octavio Paz. No tenía idea de él, pero ahora no me lo voy a olvidar fácil.
    No sé si es porno o erótico. Es sublime. Música.
    ¿Cómo se llama? ¿En qué libro está?

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  2. NO, no está en ningún libro de O. Paz, quizá me expliqué mal; es del mismo autor que la mayoría de los versos que asoman en este cuaderno. Normalmente, por otro lado, lo burlesco y otras exageraciones (lo grotesco, por ejemplo) difumina lo erótico, que necesita de mimbres más sutiles.

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