Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 27 de junio de 2010

De tigres y violetas. Mario Hernández


El próximo curso no tendré como compañero de trabajo –catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid– a Mario Hernández, que ha decidido acogerse a lo que llaman jubilación anticipada para escapar a ese agujero negro que es la universidad y poder seguir trabajando en lugares más limpios, abiertos y nobles. En esa universidad enseñaba desde hace unos cuarenta años, y de ella se va, como se van ahora muchos, en medio del silencio, el desdén o las formalidades y papeles asépticos del resto. Creo que no merece la pena volver a insistir en la corrupción, la desidia o las mafias que han convertido a nuestras universidades en lugares infectos, especialmente diseñados para absorber todo tipo de críticas como si se hablara de algo ajeno, y para omitir entre sus valores uno de los pocos que realmente hubiera debido servir de brújula correctora: la del conocimiento y la competencia.

Mesa de un Edad de Oro, con Alberti y Benjamín Prado

De manera que cambio el párrafo para ir hacia otros lugares, hacia las tareas que he visto que Mario Hernández realizaba con competencia, dedicación y simpatía con los alumnos, licenciados, doctorandos, colegas que se le acercaban para preguntarle por… y aquí tendría que abrir inventario para mostrar la infinita curiosidad de Mario, a quien se suele considerar –y lo es, claro– nuestro lorquista, porque, por solo citar los últimos itinerarios de su investigación, a él he tenido que acudir con mucha frecuencia para que me ayudara con Borges, con Clarín y la prensa finisecular, con aspectos de la lírica tradicional, con Blas de Otero, con la literatura del siglo XVIII, con el modernismo…
Hay un matiz fundamental en esta extensión del conocimiento hacia campos que se van ampliando y profundizando paulatinamente: el trabajo vocacional llevado a buen puerto con rigor, engolosinándose cada vez más con un itinerario que, a lo mejor, se abrió por necesidad u obligación por otros motivos; espero no banalizar demasiado el comentario si ejemplifico con aspectos tan aparentemente concretos como los “tigres” en Borges o las “violetas” en Góngora. Invito a que se lean las últimas páginas que ha redactado, las de prólogo a la edición recién aparecida de Blas de Otero (Hojas de Madrid. Con La galerna, 2010). Como comentaron públicamente en el reciente “Marché de la Poesía” parisino: eso sí que es una introducción a un libro de poesía. 
No da para mucho una viñeta de un cuaderno de pantalla, pero dejaré en las ilustraciones algunas de las muestras que apuntan hacia su quehacer, desde las ediciones de la obra de Lorca, las más en Alianza Editorial (pero la ilustración es la edición de Poeta en Nueva York, de 1987), hasta algunas de las páginas de la REC (revista que hicimos y llevamos entre Pablo Moíño, María Salgado y nosotros dos), pasando por su colaboración, implicación, consejo, ayuda, etc. en el viejo Edad de Oro de la UAM (con Alberti, Cela…), antes de que, después de 18 años, ya consolidado, hubiéramos de entregarlo a la rapiña y la degradación. En otra ilustración recojo sus libros de poesía; pero no está Para bien morir, el libro de Cátedra, cuyo título sugirió Ullán. Conocí a Ullán en casa de Mario, como conocí allí a Agustín Delgado, Marichalar-Salinas, Sabina de la Cruz, G. Armero, Claudio Guillén… Porque, de eso no voy a poder hablar ahora, Mario (y Alicia, su compañera) ha sido también  lugar de encuentro de personas valiosas.
Desde hace años Mario acude –al menos– a los lunes de la Biblioteca Nacional, donde se le ve trabajar y disfrutar de la investigación y de los alumnos que tienen la suerte de su ayuda. Yo suelo decir, parafraseando un comentario de otros campos, que Mario es el mejor profesor que yo he conocido para las “distancias cortas”. Puede pasarse una tarde entera con unas páginas de un trabajo ajeno o propio, corrigiéndolo, perfilándolo, volviendo una y otra vez a estructurarlo.
Sea anécdota al final. Y después de pasar una tarde y el arranque de la noche, en la casa del editor, al lado, discutiendo la exactitud de una palabra, la pertinencia de una coma, etc. tomar un taxi para dar todo por acabado y marcharse. A la una de la madrugada –me contaba el editor– sonaba el teléfono. Era Mario: “He pensado que esa última coma es mejor quitarla….” ¿Creerán ustedes que ahí terminaba la anécdota? Pues no. Semanas después me llamaban desde la imprenta: “… que ha estado aquí uno de los autores, y nos ha cambiado una coma, y ha añadido un párrafo…”

En esta vida, Mario, las cosas no se terminan, ¿verdad? Siempre nos queda la oportunidad de seguir hablando, por ejemplo de la colección de camelias y de hortensias de tu refugio gallego, cerca del mío. Nunca olvidaré que me diste a oler el heliotropo por primera vez, uniendo olor y color a la palabra, que es de lo que se trata, de no encerrar la filología lejos de la vida.



4 comentarios:

  1. No crea que se va tan en silencio Mario Hernández: creo que queda en el recuerdo de sus antiguos alumnos (dígaselo a él así) como uno de los pocos profesores corteses, amables y, sobre todo, discretos en medio de la maraña de luchas de poder, departamentos, manías personales, enjambres de pelotillas varios ... –al menos, en la época de la que hablo, no sé cómo sería después.
    Siempre pensé que la universidad era un remanso para sabios, investigadores y gente pacífica pero los humanos somos así, en todas partes creamos líos y la universidad no es una excepción. Al ser un mundo compuesto por pequeños reinos, las luchas son encarnizadas y muy personales: quien estuvo manejando un día todo, luego es desplazado sin piedad por el que viene detrás y que en realidad es igual a lo que hizo el anterior de joven. Por eso, a los jóvenes es necesario seguirles enseñando a tener piedad y respeto por los predecesores. Se puso de moda en los 80 la competitividad y la ambición americana como gran valor pero no creo que funcione en absoluto: tan solo es la ley del más fuerte y del sin piedad y sin escrúpulos de ningún tipo, lo que hace más débil todo el entramado y mucho más cruel.
    De todas formas, si sirve de consuelo, visto desde la perspectiva de otras empresas e instituciones, los líos universitarios se quedan muy pequeños y hasta inocentes. La vida es así.
    Las formalidades asépticas a la hora de la jubilación son para todos (a rey muerto, rey puesto). La suerte de Don Mario Hernández es que ¡ha podido atrapar la jubilación anticipada!. Los demás, con las medidas económicas que nos van a venir por encima, ya no llegaremos a ello y nos van a tener renegando y fastidiándonos unos a otros hasta el final de nuestros días.
    Ahora podrá ser él mismo, sin presiones, para sus flores y un montón de cosas más. Tendrá tiempo y le faltará tiempo para todo. Pero, ¡viva la libertad sin horarios!.
    Diría aún mucho más pero como esto es tan largo, casi parece que le hago a usted otra página paralela.
    Por eso, no hace falta que lo ponga en su blog. ¡Ánimo para usted! ... y en un rato me leo su otro montón de páginas, que le cunde un montón y tenemos mucho para leer.

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  2. Deje ayer un comentario felicitando a Mario. Algo debi hacer mal para que no saliera.

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  3. Christopher Maurer28 de junio de 2010, 17:38

    Gracias, Pablo, por estas palabras sobre Mario Hernández, el que más sabe y el que mejor escribe sobre la poesía española. Escribes: “Mario es el mejor profesor que yo he conocido para las ‘distancias cortas’. Puede pasarse una tarde entera con unas páginas de un trabajo ajeno o propio, corrigiéndolo, perfilándolo, volviendo una y otra vez a estructurarlo.” De acuerdo. En mi caso ha sido profesor no sólo para “distancias cortas” sino para las largas, de maratón: me guía y me enseña desde el año 76. A Mario le debo MUCHAS de esas "tardes enteras", muchísimas, y otros colegas de aquí y de ahí podrían decir lo mismo. Es generosísimo con lo que sabe, exacto en sus juicios, y entregado del todo a sus textos, temas y autores, sin dejarse distraer por los espejismos de la vanidad y del pequeño mundo universitario. Quisiera hablar en otro momento de lo que supone su obra crítica – sobre todo, la crítica textual -- que ha cambiado la manera en que se edita en España a los poetas modernos. Estoy leyendo su edición de Blas de Otero, trabajo ejemplar que nos revela a un B. de O. desconocido.

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  4. Se olvidó el otro día: por favor, dígale, si es usted tan amable, a su amigo Mario que no se "refugie" demasiado en sitio o aldea pequeños: uno corre el grave peligro de hacerse un viejo prematuro ¡muy, muy pronto!... y sin darse cuenta.

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